Nos hemos vuelto unos egoístas, en este ritmo de vida frenético en el que somos capaces de estudiar y de trabajar, a la vez en lo que salga y no se nos caen los anillos cuando aceptamos un trabajo que no está hecho a “nuestra medida”. Tenemos la suficiente capacidad para vivir una vida de adulto sin dejar atrás la vida de locura y aventura, cosa que está muy bien. Hemos crecido con amores de película que empezaron a llegar de la mano de Disney. Y me atrevo a decir que la mayoría de nosotros sueña aún con un amor parecido a cualquiera de aquellas películas, pero somos muy egoístas.
Sí, vuelvo a tacharnos de egoístas, sin hacer ninguna excepción. Somos egoístas porque lo queremos todo sin tener que sacrificar nada. Queremos una historia real que nos quite el sentido, pero sin renunciar a nada. Y no digo que siempre haya que hacerlo, ojo. Pero los mayores éxitos siempre caminan cerca de grandes fracasos. Nadie comienza algo con la certeza de que alcanzará dicho éxito.
Queremos tener una pareja que nos mime y nos quiera mucho pero que nos deje nuestro espacio, que nos entienda y nos apoye en todo lo que hagamos pero que nos dé un poco de caña y que no nos de siempre la razón (aunque nos guste llevarla), que si nos hemos enfadado nos deje reflexionar pero no por mucho tiempo porque empezaremos a pensar que no le importamos, que nos envíe mensajitos por whatsapp pero no mucho que nos agobiamos, en fin… ¿en qué coño quedamos?
Todos sabemos que esto de las relaciones es bastante complicado, unas más que otras, y que hay que poner mucho de ambas partes para que la cosa vaya bien, ganarse la confianza de la otra persona no es fácil y el esfuerzo no termina cuando lo has conseguido, hay que trabajar día a día para que dicha confianza no se rompa (llamadme romántica pero soy de las que pienso que, cuando de verdad hay ganas y amor, esta parte no es tan engorrosa).
Bien, parece ser que haya donde preguntes eso de la teoría se lo tienen bien aprendido pero que en la práctica seguimos esperando que el príncipe/princesa de nuestro cuento nos toque a la puerta y tenga preparados el carruaje y el zapatito de cristal para que podamos vivir felices para siempre. Y no, no me las quiero dar de lista pero dejadme que os diga que en el fondo todo lo que sentimos es miedo, miedo a que vuelvan a hacernos daño por eso no nos arriesgamos, por eso evitamos el roce, ya que hace el cariño, y cuando hablamos de amor ponemos esa cara de “eso no está hecho para mí”. Sentimos miedo a que lleguen y desordenen nuestra vida tal y como la conocemos hasta ahora y correr el riesgo de que terminemos ordenándola solos de nuevo. Es lógico sentir ese miedo pero es necesario vencerlo y dejarse llevar.
No soy una experta en relaciones ni mucho menos, creedme siempre se me ha dado mejor la teoría en estos casos. Pero creo que si algo he aprendido de experiencias, tanto mías como ajenas, es que si quieres que suceda algo debes ir a por ello, la estrategia de la indiferencia está bastante trillada y si abusas de ella va a llegar alguien más espabilado que tu y se va a llevar lo que deseabas. En cuestiones de amor el tiempo va en nuestra contra, por lo que no dejes que pase demasiado.
No digo que os debáis casar con la primera persona que conozcáis el próximo fin de semana, y si no os sentís preparados para iniciar una relación simplemente no lo hagáis, sólo digo que os dejéis llevar, que si os apetece hacedlo, que no sigáis las estadísticas, ni los ejemplos de los que os rodean, que no hay sólo una forma de vivir y hay mil y una maneras de vivir la vida, elige la adecuada y no tengas miedo a caer en todo aquello que intentes, sin esfuerzo no hay recompensa y todo aquel que se arriesgue recibirá la suya.
¡Ojalá vivas todos los días de tu vida!
Jonathan Swift